**Deseando Libertad**
Mamá, llaman a la puerta. ¿Puedes abrir? Tenemos las manos ocupadas.
Claro respondió Lucía con una sonrisa para sí misma.
Abrió la puerta sin mirar por la mirilla. Era Nochebuena, y los niños solían ir de casa en casa cantando villancicos, así que esperaba encontrarse con algún chiquillo en el umbral.
Pero al abrir, se quedó paralizada. Ahí estaba Álvaro, su exmarido, mirándola con ojos de perro apaleado. A sus pies, una bolsa de deporte, seguramente con sus cosas.
Álvaro, ¿qué haces aquí? logró decir con voz ronca.
Él sonrió de manera exageradamente amable, inclinó ligeramente la cabeza y, mirando sus zapatos, respondió:
Hola, Luci. Os echaba de menos. Pensé que podríamos pasar las fiestas juntos, como familia.
Cogió la bolsa, dispuesto a entrar, pero ella le detuvo con un gesto.
No te he invitado a pasar.
Vamos, Luci. He vuelto. ¿No es lo que querías?
¿Volver? ¿Así de fácil? ¿Y lo que pasó en el último año y medio?
Álvaro frunció el ceño, y Lucía recordó cómo su corazón se había hecho añicos. Pequeños fragmentos. Sin vuelta atrás.
…Quince años atrás, se habían casado. Jóvenes y enamorados, se mudaron a un piso de alquiler en Madrid. Vivían en armonía, como se suele decir, a cuerpo de rey. Ambos trabajaban, así que el dinero no era problema. Un año después, nacieron los mellizos: Pablo y Javier. Los niños eran revoltosos y llenos de energía, agotando a Lucía hasta el límite. Pero no se quejaba; los adoraba.
Los años pasaron volando. Los chicos crecieron, casi alcanzándola en altura, pero seguían siendo sus pequeños diablillos. Sin embargo, Álvaro cambió. Empezó a llegar tarde del trabajo, a viajar más de lo habitual. Ella lo justificaba con la carga laboral, los proyectos…
Hasta que un día, en el supermercado, lo vio junto a los vinos caros, cuando debería estar de viaje. Iba a llamarle, pero entonces apareció una joven, le besó la mejilla y dejó algo en su cesta.
Lucía contuvo la respiración, escondida tras un expositor. Álvaro no se cortaba: la abrazaba, le susurraba al oído, hacía que ella se riera a carcajadas. Después, pagaron y se fueron en su coche.
Ella se quedó allí, sintiendo cómo el dolor la atravesaba. Su vida se desmoronaba. Aún así, marcó su número.
Hola, cariño. ¿Cómo te ha ido el viaje? preguntó con voz temblorosa.
Ah, Lucía, hola. Todo bien. Mucho trabajo. Te llamo luego, ¿vale?
Vale.
Terminó la compra y volvió a casa. No lloró. Tenía que ser fuerte por sus hijos. Preparó la cena, les ayudó con los deberes y los acostó. Después, esperó una llamada que nunca llegó.
Una semana más tarde, envió a los niños con su madre. Sabía que la confrontación sería dura.
Cuando Álvaro llegó, ella estaba en la cocina.
¡Eh! ¿Nadie recibe a papá? gritó desde el dormitorio.
¿Quién es ella, Álvaro?
Él se sobresaltó, pero fingió inocencia.
¿De qué hablas?
Os vi en el supermercado. ¿Quién es?
Entró en la cocina y se sentó.
Marta. Una compañera del trabajo.
¿Cuánto tiempo lleváis?
Casi un año. Pero Lucía, tienes que entenderme. En casa es siempre lo mismo: niños que gritan, que enferman. No hay paz. Tú solo piensas en ellos. Yo… estoy solo.
¡Soy su madre! Necesitan atención.
Pero yo necesito vivir. Contigo todo es aburrido, gris. Marta me entiende. No me pide nada.
¿Y yo qué te he pedido? ¿Algo imposible?
¡Siempre es algo! Lava esto, arregla aquello. Estoy harto. Ya no te quiero.
Las palabras lo sorprendieron a él mismo.
¿Y los niños? ¿Has pensado en ellos?
Les pagaré la manutención. Los veré los fines de semana. Pero quiero libertad.
Para ellos será un trauma. No te vayas.
¡Estoy harto! Me voy.
Recogió sus cosas y se marchó sin mirar atrás.
…Ahora, viéndolo en la puerta, Lucía no pudo evitar una sonrisa irónica. No tenía idea de lo que habían pasado en ese año y medio. Los niños intentaron contactarle, pero él los ignoró. La manutención era mínima, apenas suficiente. Ella tuvo que trabajar el doble, pero salió adelante.
Dijiste que éramos aburridos murmuró.
Me equivoqué. Perdóname. Sois mi estabilidad. Con Marta no era amor.
De repente, Pablo asomó la cabeza.
¿Quién es, mamá?
¿Papá? Javier apareció tras él.
¡Chicos, he vuelto! Y traigo regalos. ¡Celebremos juntos!
Intentó entrar, pero una mano firme lo detuvo.
Otra vez será. Hoy es Nochebuena, ¿verdad, niños? dijo un hombre alto y sereno. Era Roberto. Los chicos corrieron a abrazarle.
¿Me quedo? le preguntó a Lucía en voz baja.
Ella negó con la cabeza, sonriendo.
Roberto se llevó a los niños al salón, donde faltaba preparar la mesa.
Álvaro recuperó la voz.
Así que es él. ¿Por eso me dejaste? ¿Un tipo grande y fuerte?
No te dejé por nadie. Te elegí a ti cuando estaba sola. Ahora no lo estoy.
Levantó la mano, mostrando su anillo de boda.
¡Vaya! Me suplicaste que volviera. ¡Eres una traidora!
Hace un año y medio, Álvaro. Ahora tengo una vida nueva. Feliz Navidad.
Cerró la puerta con llave. Respiró hondo, sacudiéndose el pasado, y entró en el cálido hogar donde la esperaban sus hijos y el hombre que amaba.
**Lección:** A veces, la libertad que tanto deseamos no es más que la huida de quienes nos necesitan. Y cuando la vida nos da una segunda oportunidad, hay que saber cerrar puertas para abrir otras mejores.