**Diario Personal**
Este último año ha sido el más difícil de mi vida. Cuando me despidieron del trabajo, mi marido y yo no pudimos seguir pagando el piso. Él cargó con todos los gastos, pero pronto quedó claro que necesitábamos ayuda. Tuvimos que mudarnos a casa de mi suegra. Para mí fue humillante, pero no había otra opción.
Desde el principio, vivir bajo su techo fue una pesadilla. Nada le gustaba: ni cómo cocinaba, ni cómo limpiaba, ni siquiera cómo hablaba. Y cada vez que me atrevía a replicarle, me soltaba la misma frase:
Si no te gusta, puedes hacer las maletas e irte.
Aguanté en silencio, pero la rabia crecía dentro de mí. Hasta que llegó el día en que mi paciencia se agotó.
Era el cumpleaños de mi suegra. Quería que yo preparara la cena para presumir ante sus amigas de lo bien que cocinaba su nuera. Decidí no armarla y me esforcé: compré buenos ingredientes, pasé el día en la cocina y preparé unos espaguetis a la boloñesa.
Al principio, todo parecía ir bien. Sus amigas sonreían, reían y alababan mi comida. Incluso pensé que quizá me había equivocado al juzgarlas. Pero cuando me retiré a la cocina, las oí cuchichear.
Regresé al salón, cogí el plato de espaguetis y lo vacié sobre la cabeza de mi suegra con todas mis fuerzas. Ella rompió a llorar al instante, mientras sus amigas soltaron carcajadas aún más fuertes.
Las miré y, sin contener la furia, grité:
¡Te lo mereces, miserable! ¡Y vosotras, víboras, si no queréis limpiarle los espaguetis de la cabeza, largaos de esta casa ahora mismo!
Las amigas enmudecieron, bajaron la mirada y salieron pitando del piso.
Pero lo peor fue lo que oí antes de actuar. Mi suegra, con voz ronca, susurró:
No queda mucho para que esto acabe. Ya he convertido su vida en un infierno, y mi plan está a punto de funcionar.
Una de sus amigas añadió:
Mi hija todavía quiere a tu hijo. Y espera que se divorcie. No te preocupes, olvidará pronto a esta mujer.
Otra se rió y dijo:
¿Y si la nuera se queda embarazada? Tu hijo no abandonará a una mujer encinta. ¿Qué harás entonces?
Pero lo más doloroso fueron las palabras de mi suegra:
Eso no es problema. Cada día le echo pastillas en la comida para que no pueda quedarse embarazada. Mi hijo no debe atarse a una mujer tan inútil.
Esas palabras me golpearon más que una bofetada. Al día siguiente, mi marido y yo hicimos las maletas y nos fuimos. Desde entonces, no hemos vuelto a hablar con mi suegra.