¿Qué estás haciendo? preguntó Lucía, mirando cómo su marido metía un papel con su número debajo del limpiaparabrisas del coche que acababa de rozar al salir marcha atrás.
Les dejo mi número para que me llamen. Hay que compensar los daños.
¿Para qué? Está oscuro, nadie nos ha visto susurró su esposa, mirando alrededor. Ni siquiera es nuestro barrio. Vámonos directamente.
No está bien hacer eso. ¿Y si alguien me choca y se va sin decir nada?
¡Pero mira ese coche! Vale como un piso entero. Para ellos, este abollón no es nada.
No, no puedo, ¿entiendes?
Volvieron al coche y Javier salió con cuidado del aparcamiento.
¿Con qué piensas pagar la reparación? No tenemos nada, solo cuatro perras, y parte se irá en el alquiler del nuevo piso insistió Lucía.
En el nuevo trabajo me pagarán bien, lo devolveré en un año, ni lo notaremos intentó calmarla Javier, siguiendo la ruta del GPS.
Ni siquiera has empezado y ya estás endeudado refunfuñó Lucía, observando los edificios desconocidos. Te lo dije, tu honestidad excesiva nos va a dejar en la calle. ¡No se puede ser así!
Javier no respondió.
Media hora después, con el sol asomando entre los tejados, llegaron al piso de alquiler, donde les esperaba el dueño.
¿Vivirán ustedes dos, verdad? dijo el hombre de aspecto meticuloso, vestido con traje, después de que visitaran el apartamento.
Sentado a la mesa de la cocina, comenzó a rellenar el contrato.
Y un gato añadió Javier. Lucía cerró los ojos, exasperada.
¿Un gato? frunció el ceño el propietario. Su esposa no mencionó nada.
Lucía sintió que se hundía de vergüenza por su marido.
No les habría alquilado sabiendo que traen un animal dijo el hombre, dejando de escribir.
Vaciló un momento, poniendo nerviosos a los recién llegados, pero al final cedió:
Bueno, veo que son buena gente, además de venir desde tan lejos.
En su rostro se notaba que sopesaba las opciones.
Les subiré el alquiler en mil euros al mes, por los posibles problemas con el «inquilino» extra, y pueden mudarse propuso al final.
No creo que empezó Lucía, pero Javier la interrumpió:
Aceptamos. Perdone por no avisar antes.
Bien, trato hecho sonrió el dueño, terminando el contrato.
***
¿Para qué le dijiste lo del gato? ¡Lo dejé en el coche a propósito! le reprochó Lucía cuando se quedaron solos.
No se puede ocultar así, no es honesto protestó Javier, guardando sus cosas.
¿Y pagar doce mil euros más al año sí lo es? dijo ella, lanzando su ropa con irritación. Te quiero por ser sincero, ¡pero hay límites!
Lo importante es que nos dejan quedarnos. No te preocupes, con el nuevo trabajo lo solucionaré.
Sí, primero consíguelo. Con tu honestidad, no te van a tomar como gerente regional, ya verás. Ahí buscan a gente con labia, que sepa vender motos, y tú hasta le pagarías a la máquina de café si te da uno más caro por error.
¿Crees que no me contratarán? Javier palideció, dejando caer una taza que se rompió contra el suelo de baldosas, agrietando una.
Podemos taparlo con una alfombra y no decir nada. Pero tú preferirás pagar la reparación, ¿verdad? respondió Lucía con otra pregunta.
Javier asintió, culpable.
No te cogerán sentenció ella.
¿Qué hago entonces? Javier se dejó caer en una silla, sintiéndose un fracasado.
Ese trabajo era la razón de su mudanza. Debía sacarles adelante, ayudarles a ahorrar para una hipoteca y empezar una familia.
Demuestra que sabes ser astuto cuando hace falta. Aprende a vender motos de vez en cuando. Todos mienten.
Javier asintió, resignado. Sabía que la gente se aprovechaba de su honradez y el éxito nunca llegaba. Era hora de cambiar, y la entrevista era su oportunidad.
Vale, tienes razón. Lo haré.
***
En la entrevista, Javier fue impecable. Su título y experiencia hablaban por sí solos. El director hizo preguntas estándar y asentía satisfecho. Javier estaba seguro de que el puesto era suyo.
Por lo que veo, encaja perfectamente dijo el director, apartando el formulario. Solo una última pregunta: ¿está dispuesto a actuar por el bien de la empresa, incluso si eso significa engañar a un cliente?
¿Perdón? Javier no entendió.
¿Podría venderle una moto a alguien? Actuar, digamos, de forma poco ética, si beneficia a la empresa y a usted?
El director lo miró fijamente. Javier sintió un nudo en el estómago. Quería decir «no», pero recordó el consejo de Lucía y, con firmeza, respondió:
Sí, sin problema. Lo que haga falta.
No es el perfil que buscamos. Adiós.
El corazón de Javier se detuvo.
¿Qué? ¿Por qué?
Nuestra empresa valora la honestidad. No somos cualquier chiringuito. Nos importa la reputación, no estafas.
Pero ¡yo no soy así! ¡Déjeme explicarme!
¿Para que me sigas vendiendo motos? No, gracias. Adiós.
Javier salió destrozado. Solo tenía deudas y decepción. Había fallado. Y todo por no ser él mismo.
***
Sí, me han contratado, tranquila mintió Javier por teléfono cuando Lucía le preguntó.
«Si ya empecé a vender motos, ¿por qué parar?», pensó. «Fingiré que voy a trabajar hasta encontrar algo. Quizá salga bien. Aún queda algo de dinero.»
En ese momento, sonó un número desconocido.
Hola, lo llamo por el coche que usted golpeó. Venga a arreglarlo dijo una voz masculina.
Javier olvidó el incidente de la mañana. Ahora, los ahorros se iban al garete.
Al llegar, con las piernas temblorosas, llamó al dueño.
Cinco minutos después, salió el director que lo había rechazado. Javier sintió que le daba un infarto.
¡Vaya, tú otra vez! dijo el director, igual de sorprendido. ¿Por qué le abollaste el capó y el parachoques a mi mujer?
Fue sin querer, estaba oscuro
¿Otra moto que me vendes? frunció el ceño el director, acercándose.
No. Ya le dije que no soy así. Pagaré los daños.
¿Con qué, si no tienes trabajo?
Lo haré, es mi problema.
Claro que lo harás. Lo descontaré de tu sueldo sonrió el director, dándole una palmada.
¿De mi sueldo? Javier casi se desmaya.
Sí. Pediste una segunda oportunidad, aquí la tienes. Necesitamos gente honrada como tú. Pero dime, ¿por qué mentiste en la entrevista?
Todos mienten se encogió Javier. A veces no está mal.
No, si no perjudica a nadie. En nuestra empresa también lo hacemos, pero bien.
¿Cómo?
Te lo explicaré si trabajas con nosotros guiñó el director, tendiéndole la mano.
No pensaba descontarle nada: el seguro cubría todo. Pero a Javier no se lo diría hasta dentro de un año.