Rechazando la falsedad: La autenticidad como estilo de vida

**Renunciar a la Falsedad**

A los cuarenta y cinco años, Eduardo Vilasana lo tenía todo. Era presidente de una gran productora cinematográfica en Madrid, poseía una casa lujosa, un coche deportivo y contaba con celebridades entre sus amistades. Sin embargo, en la cima de su carrera, abandonó repentinamente el mundo del cine, vendió sus posesiones y desapareció sin dejar rastro.

«Podría haber seguido en la industria hasta el final de mis días. No creo que fuera más infeliz que otros productores exitosos me confiesa Eduardo. Desde fuera, cualquiera diría que era un hombre afortunado. Pero yo no podía decir lo mismo.»

Su viaje a la capital de Camboya, Nom Pen, fue casi por casualidad. Tras doce años sin vacaciones, decidió recorrer los templos budistas de Asia. Camboya era solo una escala en su itinerario. Sentado en un café local, le dio unas monedas a un niño sin hogar. Un cliente con quien charló le dijo: «Si de verdad quiere ayudar, vaya al vertedero de la ciudad.» Sin saber por qué, Eduardo siguió el consejo.

«Lo que vi me dejó sin aliento recuerda. Cientos de niños rebuscando entre la basura para sobrevivir. El hedor era palpable. Como muchos, pensaba que ayudarles era tarea de organizaciones, pero allí no había nadie más. Solo yo. Podía dar media vuelta y fingir que no lo había visto, pero sentí que mi lugar estaba allí.»

Ese mismo día, alquiló un par de habitaciones para dos niños y les pagó tratamiento médico. «En Camboya, mantener a un niño sin hogar cuesta solo treinta euros al mes dice Eduardo. Me avergonzó descubrir lo fácil que era.»

De vuelta a España, reflexionó sobre si ayudar a esos niños era su verdadera vocación. «Temía que fuera una crisis de los cuarenta. Y en el mundo del cine, he visto lo destructivas que pueden ser», admite.

Durante el año siguiente, pasaba tres semanas en Madrid y una en Nom Pen. «Esperaba una señal confiesa. Y un día, uno de los actores más famosos de España me llamó furioso porque en su jet privado le sirvieron el menú equivocado. «¡Mi vida no debería ser tan complicada!», gritó. En ese momento, yo miraba a niños muriendo de hambre en el vertedero. Si había una señal de que mi vida en el cine era pura farsa, esa fue la definitiva.»

Todos intentaron disuadirlo, pero Eduardo vendió todo. Calculó que con ese dinero podría mantener a doscientos niños durante ocho años. Fundó la *Fundación Infantil Camboyana*, dedicada a proporcionarles educación, hogar y salud.

Diez años después, ayuda a dos mil niños. Ya no financia todo solo: tiene patrocinadores. Nunca se casó. «En Madrid, la soledad era un lujo dice. Ahora tengo más hijos de los que soñé. Ellos cuidarán de mí cuando sea viejo.»

Antes, los fines de semana los pasaba jugando al tenis de mesa o navegando con amigos. Ahora, sus días transcurren junto al vertedero. «No echo de menos Madrid. La libertad que sentí al dejar atrás ese mundo no tiene precio.» Cuando le pregunto si extraña algo, responde: «Solo la barca. Aquella sensación de libertad.»

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