Hereditó una casa en medio de un lago… Pero lo que encontró dentro le cambió la vida para siempre.

El teléfono sonó en el apartamento mientras Eduardo López freía una tortilla en la sartén. El aroma del ajo y la mantequilla derretida llenaba la cocina. Secándose las manos en un trapo, miró con fastidio la pantalla: número desconocido.

¿Dígame? respondió cortante, sin apartar los ojos de la sartén.

Señor López, soy el notario de su familia. Debe venir mañana por la mañana. Hay un asunto de herencia que requiere su firma.

Eduardo dudó. Sus padres estaban vivos y sanos. ¿De quién podía heredar algo? No hizo preguntas. Asintió en silencio, como si el notario pudiera verle, y colgó.

La mañana siguiente amaneció gris y brumosa. Mientras conducía por Madrid, su confusión se transformó en irritación. El notario le esperaba en la entrada de su despacho.

Pase, Eduardo. Sé que esto suena extraño. Pero si fuera algo común, no le habría molestado en su día libre.

El despacho estaba vacío, solo el eco de sus pasos sobre el suelo de madera rompía el silencio. Eduardo se sentó frente al escritorio, cruzando los brazos.

Esto concierne a su tío, Julián Mendoza.

No tengo ningún tío llamado Julián replicó al instante.

Sin embargo, le ha dejado todas sus propiedades el notario colocó ante él una llave antigua, un mapa amarillento y una hoja con una dirección. Una casa en medio de un lago. Ahora es suya.

¿Disculpe? ¿Está hablando en serio?

La casa está en el centro del Lago de la Serranía, en Cuenca.

Eduardo cogió la llave, pesada y cubierta de un desgastado dibujo. Nunca había oído el nombre de ese hombre ni de ese lugar. Pero algo dentro de él hizo clic: ese momento en que la curiosidad vence al sentido común.

Una hora después, su mochila contenía unas camisetas, agua y algo de comida. Según el GPS, el lago estaba a solo cuarenta minutos de Madrid. ¿Cómo podía no conocer un sitio tan cercano?

Al final del camino, el lago se extendía ante él: oscuro, quieto, como un espejo. En su centro se alzaba la casa, enorme y sombría, como surgida del agua.

Viejos con tazas de café ocupaban la terraza de un bar junto al agua. Eduardo se acercó.

Disculpen empezó, esa casa en el lago ¿Sabían quién vivía allí?

Uno de los hombres dejó lentamente su taza.

Aquí no hablamos de ese sitio. No vamos allí. Se suponía que desaparecería hace años.

Pero alguien vivía, ¿no?

Nunca vimos a nadie en la orilla. Solo por la noche oímos el ruido de barcas. Alguien llevaba provisiones, pero no sabemos quién. Y no queremos saberlo.

En el muelle, vio un cartel descolorido: *Barcas de Lucía*. Dentro, una mujer de rostro cansado le recibió.

Necesito una barca para esa casa en medio del lago dijo Eduardo, mostrando la llave. La he heredado.

Nadie va allí respondió ella, fría. El lugar asusta a mucha gente. A mí también.

Pero Eduardo no cedió. Insistió hasta que ella finalmente accedió.

De acuerdo. Le llevaré. Pero no esperaré. Volveré mañana.

La casa se alzaba sobre el agua como una fortaleza olvidada. El muelle crujía bajo sus pies. Lucía ató la barca con rapidez.

Hemos llegado murmuró.

Eduardo pisó la plataforma inestable. Quiso agradecerle, pero la barca ya se alejaba.

¡Buena suerte! Espero que esté aquí mañana gritó antes de perderse en la niebla.

Ahora estaba solo.

La llave giró con facilidad. Un clic sordo, y la puerta se abrió con un chirrido.

Dentro olía a polvo, pero fresco. Grandes ventanales, cortinas gruesas y retratos. Uno llamó su atención: un hombre junto al lago, con la casa detrás. La inscripción decía: *Julián Mendoza, 1964*.

En la biblioteca, las paredes estaban cubiertas de libros con anotaciones en los márgenes. En el estudio, un telescopio y cuadernos con registros del tiempo, el último fechado el mes anterior.

¿Qué buscaba? susurró.

En el dormitorio, decenas de relojes parados. Sobre el tocador, un relicario con la foto de un bebé. La inscripción decía: *López*.

¿Me estuvo observando? ¿A mi familia?

En el espejo, una nota: *El tiempo revela lo que parecía olvidado*.

En el ático, recortes de periódico. Uno marcado en rojo: *Niño desaparecido en Guadalajara. Aparece días después sano y salvo*. El año: 1997. Eduardo palideció. Era él.

En el comedor, una silla estaba apartada. Sobre ella, su foto del colegio.

Esto ya no es solo raro murmuró, sintiendo un nudo en el estómago.

Cenó algo de latas encontradas en un armario y subió a una habitación invitada. Las sábanas estaban limpias, como esperando a alguien. Fuera, la luna se reflejaba en el lago, y la casa parecía respirar con el agua.

Pero el sueño no llegó. Demasiadas preguntas. ¿Quién era Julián Mendoza? ¿Por qué nadie hablaba de él? ¿Por qué sus padres nunca mencionaron a un hermano? ¿Y esta obsesión con él?

Un ruido metálico le sobresaltó. Se incorporó de golpe. Otro sonido, como una puerta abriéndose abajo. Agarró el móvil: sin señal. Solo sus ojos asustados reflejados en la pantalla.

Tomó una linterna y salió al pasillo.

Las sombras parecían espesarse. En la biblioteca, los libros estaban ligeramente movidos. La puerta del estudio, abierta. Una corriente fría venía de un tapiz en la pared que antes no había visto.

Lo apartó. Tras él, una pesada puerta de hierro.

No esto susurró, pero sus dedos tocaron el pomo.

La puerta cedió. Una escalera de caracol descendía bajo la casa, bajo el agua. El aire se volvió húmedo, salado, como adentrándose en la historia.

Abajo, un pasillo con armarios. Etiquetas: *Genealogía. Correspondencia. Expediciones*. Un cajón marcado: *López*.

Eduardo lo abrió con mano temblorosa. Cartas. Todas dirigidas a su padre.

*»Lo intenté. ¿Por qué no respondes? Esto es importante para él. Para Eduardo»*

No desapareció. Escribió. Quiso conocerme susurró.

Al final del pasillo, otra puerta: *Archivo Mendoza. Solo personal autorizado*. Sin pomo, solo un lector de huellas. Una nota al lado: *Para Eduardo López. Solo para él*.

Apoyó la palma.

*Clic*. La habitación se iluminó. Un proyector se encendió, mostrando la silueta de un hombre.

Hola, Eduardo. Si ves esto, es que ya no estoy.

El hombre se presentó: Julián Mendoza.

Soy tu verdadero padre. No deberías haberlo descubierto así, pero tu madre y yo cometimos errores. Éramos científicos obsesionados con salvar al mundo. Ella murió al darte a luz. Yo tuve miedo. Miedo de cómo sería. Así que te dejé con mi hermano. Te dio una familia. Pero nunca dejé de observarte. Desde aquí. Desde lejos.

Eduardo se dejó caer en un banco, entumecido.

Fuiste tú todo este tiempo

La voz en la grabación tembló. Perdóname. Solo quería protegerte. Pero ahora el mundo necesita lo que descubrimos. Y tú eres la única persona en quien puedo confiar. La puerta se abrirá mañana. No salgas solo. El lago no está tan solo como parece. Y Eduardo no hables con nadie. No hasta que leas todo. Empieza por el cajón de la izquierda. Todo lo que soy está allí.

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Hereditó una casa en medio de un lago… Pero lo que encontró dentro le cambió la vida para siempre.
Все спотыкаются, но не все поднимаются